Era otra noche de Halloween, era otra estúpida noche llena de críos pidiendo caramelos y adultos emborrachándose. Los despreciaba a todos, no sabían el verdadero significado de aquella fiesta pensaba continuamente. Estaban dejando a sus hijos caminar por la senda del diablo. Pero aquella noche todo cambiaria, aquella noche entenderían el concepto del horror que entrañaba la fiesta. Años y años viendo como la gente celebraba una fiesta que era para recordar el horror y la maldad que habita en las sombras y hacerles ir a la luz de la fe verdadera.
Miraba con denodada fascinación el filo de una pequeña y plateada cuchilla de afeitar mientras paseaba distraídamente el dedo sobre ella. Fue la punzada en la yema lo que le hizo recobrar la consciencia. Miro una gota de sangre en el filo brillando como un rubí y se preparó para cumplir su propósito a sabiendas de que esa noche se derramarían inocentes lágrimas de rubí. Si quería que la gente temiese esa noche, que pensaran que el mal era real y nunca más la celebraran tenía que dar donde más daño causara. Y lo más importante para aquella pequeña comunidad del noreste de Massachusetts eran sin duda sus niños. La muerte de unos niños llenara sus corazones de miedo y odio, nunca más creerán en la benignidad de esta superchería pagana. Preparo su disfraz de Jack O´Lantern con una capa raída y una máscara con forma de calabaza y lleno su bolsa con dulces de chocolates especiales. En un primer momento pensó en rellenarlos de veneno pero no sería lo suficiente contundente tenía que ser algo que nunca se borrara de la mente de los padres. La idea de los niños ahogándose en su propia sangre delante de sus afligidos padres le producía una sensación de placer que le asqueo. Se tuvo que forzar a recordar su misión y desechar ese morboso placer, él no era el monstruo era un mártir que estaba dispuesto a sacrificarse por el bien de la comunidad. Y dado que él no era un asesino lleno la cesta con chocolates normales y chocolates especiales, el simplemente disponía las herramientas de justicia a la voluntad de Dios. Llamaron a la puerta los primeros niños, la noche empezaba pronto. Se dirigió a la puerta y allí repartió los dulces entre los niños dejando que sus inocentes manos decidieran su propia suerte. Los niños dieron las gracias y se marcharon con sus caritas sonriendo, si sintió pena o remordimientos no lo sabe, pero experimento el placer del trabajo bien hecho. Cerró la puerta y se dirigió al sofá a esperar al siguiente grupo de niños.
No hubo dado media vuelta cuando el grito de los niños llamo su atención un llanto persistente y estridente. Aquello no estaba en sus planes no esperaba que comieran sus delicias tan pronto, tenía que calmarse. Entre temblores abrió la puerta y suspiro aliviado a la par que enojado. Allí estaba un niño de unos 6 años vestido con un mono naranja y una saca de arpillera a modo de mascara. Había robado las bolsas de dulces a los otros niños y se dedicaba a espantar tirando piedras a los otros niños. Aquello le sobre paso, cerró la puerta de un golpe seco y se dirigió precipitadamente a la cocina revolvió los cajones hasta que por fin de un fluido movimiento libero el brillo de un largo y curvado cuchillo de carnicero. Lo cogió y lo oculto tras su espalda. Con la mente más clara y fría planeo hacer entra al niño y matarlo para poder seguir con su propósito. Mañana ya limpiaría la sangre y daría cuenta de su cadáver en la caldera, bastante sacrificio era comprometer su alma como para arriesgase a la cárcel. Abrió a la puerta y atrajo al niño con la cesta de caramelos, todo era tan sencillo y limpio en su mente que no se fijó en el destornillador clavado en su rodilla. Cayo al suelo desequilibrado presa del dolor; y el niño entro cerrando la puerta riendo con una inocencia que helaba la sangre.
Cuando acabaron los gritos el niño salió de la casa con una nueva bolsa para las chuches que causaría furor. Con el saco de arpillera manchado de escarlata portaba lo que parecía una nueva mascara con forma de calabaza que parecía muy cara. Con ojos brillantes como ascuas y con su nueva bolsa fue de casa en casa ofreciendo truco o trato dejando tras de sí una estela de rojos rubís.
A la mañana siguiente encontraron a nuestro protagonista, todo estaba manchado de sangre su cuerpo, la casa y el traje. Todo salvo su cabeza que nunca apareció y de aquella masacre como testigo solo quedo una máscara de calabaza en una esquina de la entrada.
Recordad amigos que no está bien imponer tus creencias y menos por la fuerza. Porque en este mundo siempre habrá alguien que te ponga en tu lugar.
PD: Este relato va dedicado en especial a los pastores baptistas que dicen conocer 4chan y nunca haberlo visitado. No me toqueis mas las narices diciendo que son obra del diablo gozilla o ultraman que la tenemos!!