La joven Elena vagaba apretando su pequeña estola contra su cuerpo frio por el viento invernal, la noche limpia como un amanecer de primavera trajo consigo el frio viento del norte. Volvió a soplar y ella apretó con más fuerza los brazos contra su pecho, andaba encorvada por el frio con las mejillas y orejas de perfecta finura rojas y doloridas como si con un cuchillo las cortara. Miro de soslayo el viejo cementerio iluminado por la luz de una luna que brillaba con desdén incrementando la sensación de frio. Los recuerdos embargaron su mente, se vio andando por el pequeño cementerio tocando las paredes de piedra pintadas con cal blanca. Pensaba en lo vacío que resultaba aquel cementerio ni leyendas ni historias ni nadie cuyo recuerdo descansara en sus tumbas. Pero sus cipreses, eran otro tema, siempre la aterraron. Frondosos y salvajes ocultan la luz de su entorno, tan lozanos crecían comparados con los arboles de los campos aledaños que todos creían que sus raíces se nutrían directamente de los muertos abrazándoles con desespero. Sus ramas bajas desprovistas de hojas y nudosas recordaban los brazos de las almas atrapadas que gritaban por ayuda. Al punto estuvo de dar media vuelta y marchar por donde vino del temor que le producían. Pero algo que hervía en sus venas le impulso a seguir y el peso del acero le dio el valor que necesitaba.
Allí estaba junto a los árboles, Diego, mil veces maldito y mil veces amado por ella. La muchacha sabía que le engañaba, que se había prometido con una niña rica de un pueblo vecino. Que solo la usaba para aprovecharse de ella mintiéndole con palabras tan dulces que hacían daño tener que renunciar a ellas. Pero si no era suyo no era de nadie. Nunca dejaría que nadie le hiciera daño, nunca más. Se acercó hasta el sigilosa e indecisa como un cervatillo. Cuando la vio salió a su encuentro con un abrazo tan cálido que al momento desapareció el frio, al momento desapareció el dolor, al momento desapareció la ira. El la amaba, pensaba ilusa la niña, el nunca la abandonaría, solo debía de pedírselo y dejaría de jugar con ella… los fantasmas de lo que puede y podría ser se agolpaban en su mente. Ella le dijo “Si me amas renuncia a ella y cásate conmigo”. El dulcemente respondió “sabes que para mí no hay nadie más que tu”. “Por favor no me mientas más. Yo te perdono pero deja de mentirme.” Dijo ella llorando casi rodillas. “Si eso te hace feliz romperé mi compromiso con ella por ti” su voz estaba cargada de ternura pero el brillo de sus ojos decía que mentía. Ella claramente reconfortada le abrazo con todas sus fuerzas soltando la estola y dejando que el frio manto de la noche la abrazara pero eso no importaba él estaba allí rodeándola con sus brazos. “No sufras por eso amor, mis padres fueron esta tarde a reunirse con tus padres y les conto nuestro pequeño secreto” dijo ella a medio camino entre avergonzada y desahogada. El no medio palabra sabía que era lo siguiente que diría pero no podía hacer nada estaba atrapado. “Nuestros padres lo arreglaron todo para el compromiso. Y mañana mismo dijo tu padre que hablaría con la familia de ella para anular el compromiso” Ella sonreía con la mirada de un niño que sabe que aunque ha hecho algo malo y espera una galleta. El por su parte no sabía cómo reaccionar, María era todo lo que quería rica, muy rica, Elena seria bellísima pero más pobre que las ratas. La aparto de malos modos de él y le grito de todo, la vejó con palabras tan horribles que harían llorar a los muertos. Ella no quería creerlo le suplicaba que no la apartara de su lado, que sería buena, que haría lo que le pidiera incluso que moriría por él. El continuo gritando hasta quedarse afónico mientras ella solo podía seguir agazapada esperando que todo acabara y la abrazara. Pero cuando callo no pasó nada, ella miro y vio como marchaba sin mediar palabra. Aquello la supero y presa de una furia indescriptible cogió el viejo cuchillo de caza que su padre le regalo para su protección en sus paseos en solitario. Corrió hacia el aullando como una loba, el acero del cuchillo brillaba con la luz de la luna como si fuera un enorme colmillo. Diego se volvió a ver qué pasaba y la vio venir, el cuchillo rasgo la carne de su brazo y con fuerza le agarró del brazo para evitar una nueva envestida. Ella se revolvía con toda su fuerza mordía, arañaba e intentaba apuñalar. Al pronto la pelea paro y ella cayó al suelo fulminada, se miró el estómago allí estaba el cuchillo clavado y la sangre manchaba su bonito vestido verde. Ella le miro a los ojos buscando compasión o afecto y solo encontró miedo. El huyo abandonado su cuerpo al amparo de la noche.
Cuanto tiempo paso, cuantas horas, no lo sabía la luna seguía su curso en el cielo inalterable y el frio la invadió hasta consumir todo su cuerpo desapareciendo toda sensación de frio o dolor. Estaba sola, Diego se había ido y aunque saco el cuchillo de sus entrañas con violencia no le causo dolor alguno a pesar de que ni tapando la herida con la mano la cesaba manar. Sangraba profusamente dejando un reguero detrás de ella, pero estaba tranquila no debía ser tan grabe si podía andar y si podía andar podría encontrar a Diego. Camino y camino y aunque no sabía el que pero había algo distinto en el paisaje. Oía el latigazo de cables de metal movidos por el viento, veía edificios altos y desconocidos, la luz abundaba por todas partes y vallas y tiras de metal recorrían el sendero. Pero más rara era la sensación de ya haber hecho esto antes. Entonces vio algo moverse, era un muchacho, “Sin duda debe ser Diego que vuelve por mi” y se agazapo junto al muro y espero lamentándose del dolor de su herida aunque no sentía tal dolor. La herida seguía sangrando pero que importaba iba a ser rescatada por Diego y todo se solucionaría. Y allí estaba, paso junto al muro y al verla se agacho y le pregunto se estaba bien. Ella al verlo dio un aullido inhumano hundiendo el cuchillo hasta la empuñadura. “¡Tú no eres Diego! ¡Diego donde estas ayúdame!” el muchacho se retorcía en el suelo presa del dolor hasta morir desangrado junto a las vías del metro. Los últimos pensamientos del muchacho fueron dirigidos a su abuela que siempre le contaba la historia de la dama de verde. Pero que importaba, su tiempo acababa y ella volvería a la niebla que la vio nacer soñando con un rescate de Diego que nunca llegaría.
Por ello desde hace muchos años cuando la luna brilla y la niebla cubre el campo ningún hombre se aventura cerca del cementerio. Pero con la inauguración de la parada de metro las cosas cambian. Ah, amargo destino depara a aquellos que osen cruzarse en el camino de la dama de verde.
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