martes, 17 de mayo de 2011

En la esquina del viejo Bar

La recuerdo como si fuera ayer. Estaba recostada sobre un brazo en una oscura esquina de la barra del viejo pub con la mirada perdida en una pinta. Desde que entre no pude quitarle el ojo de encima, era simplemente preciosa, una larga y rizada melena pelirroja caía sobre su espalda enmarcando una piel blanca como el alabastro. Largas uñas pintadas de negro y unos labios de un rojo imposible hacían juego con el vestido rojo con corsé negro que llevaba. Al principio estaba absorta en las gotas de agua que se condensaban en su vaso hasta que se percató de mi mirada. Cuando sus ojos se cruzaron con los míos fue como si me atravesaran mirando lo que había detrás de mí mientras no mostraba ninguna expresión en su rostro. Cuando ya no podía sufrir más su mirada y me disponía aportar los ojos sonrió con una dulzura que no encajaba en su rostro y me hizo una seña para acercarme a ella. Mis amigos me animaron a hablar con ella y fui hasta la barra. Allí me percate de su mirada, penetrante, profunda y alienígena. Sus ojos amarillos estaban cargados de una amargura que solo vi en ancianos. Su cara se esforzaba por mostrar una inocencia que sus movimientos y ojos desdecían. Un conjunto seductor y grotesco a la vez. Ella hablo, su voz era un susurro melodioso y constante sin énfasis ni entonación como la voz de un narrador. Juraría que hablaba mi idioma pero no comprendía una palabra, lo único que podía entender era la promesa de placer y sufrimiento oculta en la monotonía de su voz. Me arrastro hasta el callejón tras el Pub mientras mis amigos jaleaban como monos. Yo arrastrado por ella me sentía impotente, por un lado quería huir no me gustaba sentirme una marioneta pero por otro lado, un lado oscuro quería disfrutar de aquel cuerpo y aquella oferta. Pero lo único que pude hacer fue seguirila como un perro faldero. Me estampo contra la pared y sentí sus suaves y cálidos labios besándome. Su aliento cálido y acre por la cerveza resultaba desagradable pero en ese momento no importó mientras nuestras manos se deslizaban buscando la carne bajo la ropa. Ella me pidió que cerrara los ojos, yo acepte. Cerré los ojos y en ese momento la oí reír, luego oscuridad, para cuando los abrí estaba solo y era de día. No recuerdo que paso solo recuerdo no tener mi cartera, un feo corte cerca de la nuca, un calentón y una cara de gilipollas de proporciones legendarias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario